Camba quiso convertirse en un hombre sándwich por las calles de Londres. Llevar cartones publicitarios a los hombros y no tener otro quehacer que andar. Pasear de un barrio a otro, por las principales vías, comerciales o no. Sin tener que pensar, escribir, hablar o preguntar. Andar, simplemente andar. Quedar reducido a la mínima expresión de movimiento. Convertirse en una columna publicitaria por las calles de la capital. Hay noches que puedo entenderlo. Otras quiero rozar la gloria con la yema de los dedos. No suele haber mucho término medio, sólo barajo dos posibilidades: perderme en el mundo de los objetos o encontrarme en lo más alto de los sujetos.
Fantaseo con llegar un día a mi pupitre y únicamente decir: no. Permanecer inmóvil. Ser un Bartleby sin banco, pero con redacción. Ordenar mis papeles, mis útiles de escritura y mis grabaciones para terminar por mirar a un punto fijo durante horas. Dejar de producir como un medio para dejar de ser.
Salen convocatorias a premios y las descarto como la publicidad en el buzón. Vuelvo a poner la pasta a hervir, caliento la salsa y dejo lista la cucharilla para el postre sobre la mesa. El orden me da paz y sólo como los macarrones por parejas, en una suerte de arca de Noé inerte. Tras fregar los platos continúo con mi ensoñación. Soy un hombre sándwich, publicito la última película taquillera y paseo por Budapest en primavera. Y al tocar la noche, cuando llego a casa, me cambias el día y rozo la gloria con la yema de los dedos.