Quiero materializar aquello de “vivo donde tú vas de vacaciones” y me quedo los primeros días de descanso en Málaga. Por momentos, decido hacerme pasar por turista con la ventaja (o la desventaja) de tener ya un mapa del lugar hecho: va a ser difícil encontrar alguna novedad en placeres ya conocidos, pero también sé qué sitios debo evitar.
Cinco espetos, berenjenas con miel, un tomate y pescadito en un chiringuito de El Palo. En El Dedo hay bandera amarilla, pero qué sería de unas vacaciones sin un poco de sorpresa. Cuando empieza a caer el sol, aún en camisa de lino y bañador, no salgo del paseo marítimo para tomar unas tapas y, después, un helado con V. A veces me mira extraña, no termina de complacerle el bigote que me he dejado por eso de intentar ser turista en mi ciudad –que la conozca otro, como si de un mal disfraz de Homer se tratase–. “Pero ya te está creciendo la barba”, intenta eludir la crítica. De vuelta, el conductor tiene el aire tan frío que cuando salgo del coche se me empañan las gafas. Incluso para Málaga es demasiada humedad.

Llegando a casa escucho a unos franceses bromear con la camarera y recuerdo que en las tapas un compatriota le advertía a su hija después de haberse caído de su patinete: “Te dije hasta la primera papelera y volver. Llegaste a la segunda, primero, y, después, fuiste aún más allá”. La niña ha aprendido algo: si vas más allá puedes caerte, pero cuando te levantes habrá merecido la pena.
A la mañana siguiente salgo al Soho a por guanciale y pecorino para hacer carbonara. Soy un turista, no pago hotel, pero contribuyo al mercado local. En La Dispensa me atienden con una sonrisa y agradable conversación. Nada de esto lo hubiera recibido en una gran superficie.

Por el viejo Ensanche de Heredia se caen muchos graffitis y murales –la humedad, de nuevo–. Un grupo de turistas en bicicleta se refugian del calor bajo un frondoso árbol en la plaza del Poeta Alfonso Canales. No les importa mucho dejar sus bicis sobre el césped, el lorenzo aprieta más de lo acostumbrado. Unos pasos más allá una pareja de muchachas aprovechan otra sombra para echarse protección solar en piernas, brazos y cuello. Qué ingrato es el Mediterráneo cuando te encuentras en una isla de calor.

Yo me cruzo con Bowie reencarnado en gato sobre una pared. Me mira desafiante y me quito las gafas de sol para devolverle el guante, pero la miopía no ayuda demasiado. Es hora de buscar un vermú fresquito y asumir la derrota, nunca dejaré de ser malagueño. “No hallarás otra tierra ni otro mar. La ciudad irá en ti siempre”, Kavafis.