Burdeos se había levantado con un aire bohemio y frío que calaba los huesos. Tras subir la persiana, parecía intentar convencerme de que madrugar era una buena idea con un rojizo amanecer y el cielo despejado. Nada más lejos de la realidad. La nieve se siente distinta cuando parece arrojada agresivamente contra tu rostro al caminar. Una siesta debía remediar el madrugón. Cuatro post meridiem. La nieve ha tornado en tormenta. Vaho en las ventanas. El ruido de las gotas contra los cristales me recuerda a la más tierna infancia. Al puchero andaluz en casa de mis abuelos. Garganta caliente en tardes frías.
Día de la radio. Locutores de voces graves y amplias suenan orgullosos. Pechos amplios. Siempre he tenido envidia de las voces de Alsina, Herrera o De la Morena; las grandes voces de la radio. Seguramente por eso del quiero y no puedo. Posiblemente también tenga que ver la extraña filia que tengo por los tonos de voz, no exagero cuando digo que me he enamorado de personas por su tono de voz y otras me han causado repulsa por el mismo motivo. Voces y sonrisas son mi perdición.
Qué mejor día para comentar mis filias que un catorce de febrero. Días de rosas, bocas y susurros. Nueve rosas, setenta y dos pétalos. Brillo en los ojos, sonrisa cálida. Un tallo sin espinas, la nariz pegada al ramo. Flores color sangre. La delicadeza de unos dedos acariciando su rostro. Paso página. Una nueva historia, un caballero y un dragón. Barcelona, antes de Juego de Tronos. Un verso en las Ramblas. Una estrofa en la Ciutadella. Alejandrinas miradas al Mediterráneo. Negro sobre blanco, tinta en la piel. Una americana en el suelo. Sus tacones junto a la puerta. El metrónomo acelerado. Cierro el libro. Fuera nieva. Nos vemos el treinta y uno de febrero; Café des Arts (13, Rue des Rêves). Os dejo San Valentín, yo me quedo con Sant Jordi. Una rosa, un libro y un beso. Seguid celebrando el catorce de febrero.