¿Quién no ha salido a dar un paseo nocturno cuando el dios Morfeo no aparece? Bajar a tirar la basura, a sacar al perro o a fumarse un cigarro al fresco mientras ejercitas las piernas suele ser una experiencia mundana y tranquila. La tranquilidad se esfuma si eres la moradora del Palacio de Buckingham y te confunden con un ladrón. Ni la conocidísima Isabel II está exenta de no ser reconocida cuando brilla la luna nueva. El guardia la interpeló al grito de: “¡quién anda ahí!”, el protocolo queda a un lado cuando defiendes la vida de la reina a la que, irónicamente, estaba encañonando. Su Majestad se lo tomó con humor pese a su estado de salud, el pistolero respiró aliviado. Por un momento el poder económico, político y las influencias que pudiese tener pesaron menos en la balanza que el plomo que cargaba el también británico guardia. El plomo nos iguala a todos, su efecto es igual de letal para reina y guardia.
El también archiconocido Pablo Escobar bien lo sabía. Por eso, y por la ficción de Netflix, una de las frases más repetidas estas fiestas es ‘plata o plomo’. Su fama no se debe sólo a las toneladas de polvo blanco que fue capaz de distribuir a narices de todas clases sociales ni a la cantidad de billetes que pudo amontonar en Villa Nápoles. Detrás de su fama hay ríos de sangre y dolor. Y aún así preside la Puerta del Sol de Madrid. Cerca de allí los niños recogerían anoche caramelos lanzados desde carrozas con la ilusión del que ignora que detrás del betún hay un hombre, o una mujer, de a pie. Que los regalos que descansaban esta mañana bajo el árbol no venían desde Oriente. Tampoco conocen el drama que vive Oriente, donde lo único que piden es no volver a ver una bomba. Un servidor sólo ha pedido que le sigan dejando este espacio todos los viernes. Y larga vida a la reina o, cómo dirían en las islas, God save the Queen