Entrevista realizada por Demófilo Peláez y Jorge Pedrosa
«Tendríamos que habernos peleado». Habla Antonio Lucas (Madrid, 1975) con María Angulo, doctora especializada en periodismo literario, en la puerta del Rectorado de la Universidad de Málaga. Hemos salido todos del edificio tras el fin de los dos coloquios de la mañana sobre la entrevista en el IV Congreso Internacional de Periodismo organizado por la Fundación Manuel Alcántara. Están en shock tras el segundo debate, en el que se han enfrentado a viva voz Carlos Alsina y la dupla formada por Fernando Sánchez Dragó y -muy especialmente- Jesús Quintero, con amago de abandonar la sala de El loco de la colina incluido. «María, la próxima me pegas dos hostias. Hemos sido una mierda». María Angulo y Antonio Lucas habían participado en la primera de las mesas, que ha sido de ritmo pausado y trato respetuoso, pero que ahora consideran, entre risas, decepcionante en relación a la segunda. María se va y comenzamos a hablar con Lucas mientras siguen saliendo columnistas, poetas y periodistas del edificio.
¿Cree que ha sido un enfrentamiento entre dos tesis o simplemente ha sido una salida de tono?
Hay una parte en la que sí es verdad que podrían tener razón los mayores, cuando dicen que ha desaparecido la gente de peso específico de muchas tertulias. Por otro lado, también es cierto lo que dice Alsina. Ha estado impecable cuando decía que eso le correponde decidirlo a la audiencia, al espectador, al oyente o al lector. Cada uno elige soberanamente lo que quiere o no quiere ver. Yo no creo que haya una mirada enfrentada entre dos generaciones, lo que hay son dos perspectivas distintas de ver la tele y de entender la televisión –o la radio o los medios de hoy– sin más, es el mismo jaleo que llevamos todos entre medias. Porras, di algo.
Rafael Porras García, director de El Mundo Andalucía, ha aparecido por detrás: «No, no, la estrella eres tú». Lucas se ríe: «¡No, no! Yo, visto esto, sigo siendo un mindundi». Antonio Lucas había hablado antes de cómo le joden el día si le llaman poeta en la redacción de El Mundo y Teodoro León Gross hace acto de presencia para echar a andar a nuestro entrevistado:
-Buenas tardes, poeta. ¿Te vienes o no?
-Venga, cabrón, que sí, que vamos. Es que quiero ver a Carlos (Alsina). ¿Carlos se va ya?
-Carlos se viene a tomar una cosita al Pimpi.
-Ah, bueno, entonces vamos.
Comenzamos a andar por las calles de Málaga, camino del archiconocido Pimpi, a las faldas de la Alcazaba y el Teatro Romano.
Bueno, pues eso. Está bien esa mirada tan enfrentada entre gente que ha sido muy importante en el desarrollo de la televisión y gente que hoy es importante en el desarrollo de la radio como Alsina. También tienes que pensar dos cosas: en el caso de Quintero, ha sido un entrevistador de un modelo que inventó él y agotó él; en el caso de Alsina, es un periodista -no estrictamente entrevistador- que lleva un programa mucho más amplio. Tiene que tener control de director de orquesta, mientras que Quintero era una especie de solista.
Quintero estaría más cerca de aparecer en su último libro, ‘Vidas de santos’, que Alsina. ¿Siente más simpatía, aunque sea en ese modo, por la figura de Quintero?
(Ríe) Yo no siento más simpatía por la figura de ninguno de los dos, siento simpatía por los dos. Lo que sí veo en El loco de la colina, que yo lo vi desde crío en mi casa, es que es uno de los últimos bucardos de una forma de hacer televisión que ya no existe y que yo creo que, de algún modo y con otro registro, volverá. Yo le tengo mucho aprecio, mucho cariño y mucho respeto a Quintero y ¿podría estar en ‘Vidas de santos’? Pues probablemente sí, porque es un hombre que ha hecho de la entrevista, y de su forma de entender la entrevista, una extravagancia. A mí todo lo extravagante me seduce mucho. Todo aquel que se inventa una voz propia y la desarrolla con autoridad contra viento y marea me parece que es alguien encomiable y, este caso, Quintero lo es.
Todos estos santos son yonquis, son suicidas…
Y son grandes escritores, grandes músicos, grandes poetas, y son grandes cantaores de flamenco.
¿No son personas que al final han sacrificado su vida por la estética?
No es tanto un problema de esteticismo, como un problema de inadaptación. Ellos tenían una estética que probablemente no se adaptaba a las corrientes de urbanidad de su época. Son personas que no quisieron ser marginales, porque nadie desea ser marginal, es algo que te impone la sociedad cuando te echa a la cuneta. Ellos mantuvieron una relación muy afásica con su tiempo, en el sentido de que no aceptaban normas, reglas, ni protocolos del momento que les tocó vivir. Inevitablemente, eso les estigmatizó y les apartó. Esa gente a mí me entusiasma y me fascina por lo que tienen de resistencia -aunque murieran muy jóvenes algunos de ellos-, por lo que tienen de audacia y lo que tienen de valentía. Vivir braceando en dirección contraria a la corriente es muy heavy y genera sensaciones de soledad, desamparo y de intemperie abismales. Esta gente mantuvo eso y dejó, encima, la huella y la semilla de obras extraordinarias, capitales para entender realmente el transcurso de la cultura del siglo XX.
Curiosamente, mientras nos responde sobre su ‘Vidas de santos’, publicado por la editorial que más alegrías nos da a los amantes del periodismo, Círculo de Tiza, subimos por Pintor Nogales y un músico callejero toca una melancólica versión de ‘My way’ al acordeón. Antonio Lucas fuma y gasta chaqueta como de otra época, quizá de aquella en la que era un mocoso y ya se juntaba, aunque sin querer, con la intelectualidad madrileña. Pozo escribió sobre él: «Lo conozco desde cuando llegaba con su padre al Café Gijón, con las suelas al viento de Rimbaud; le daban caramelos los garcilasistas mientras Carlos Oroza blasfemaba contra la Juventud Creadora».
En la infancia, pasó muchas tardes en el Café Gijón. ¿Qué recuerdos guarda de aquellos momentos, tenía conciencia de lo que suponía? Y ahora, en la madurez, ¿qué jerarquiza de aquello que veías?
Es verdad lo que decía Raúl del Pozo: en el Café Gijón no dejaban entrar ni a niños ni a perros. Yo era el único niño que se tiró años, todas las tardes (y si no todas, muchas), en el Café Gijón con mi padre y sus amigos, que eran Umbral, Vincent, Raúl del Pozo, Gerardo Diego, Buero Vallejo… Toda esa gente. Yo veía esos señores, los veía luego en mi casa también, y bueno, eran los amigos de mi padre y no tenía más sentido ni relevancia que ese. Luego es verdad que, cuando estaba ya en el colegio y estudiaba Literatura en 8º de EGB, recuerdo que estudiaba la generación del 27. Veía la foto de Gerardo Diego, lo miraba, y decía: «Joder, si es este». Estaba sentado en la misma mesa que él. «¡Mira, papá!». Y me decía: «Sí, sí, que es don Gerardo». Ahí no tenía conciencia, lo que sí me di cuenta es que me hice un niño muy distinto, porque, claro, yo con mis amigos jugaba mucho, pero muchas tardes estaba allí metido con gente muy mayor.
Me dedicaba a ir de mesa en mesa, enredando, como todos los críos. Uno me regalaba un mechero, el otro no sé qué, me echaban de las mesas por pesado. Yo veía un ambiente de mayores con el que siempre me sentía muy cómodo, me sentaba y escuchaba las cosas que decían. No entendía casi nada, pero me gustaba ver cómo se enzarzaban, cómo discutían. Ahora, con el tiempo, me doy cuenta del privilegio que fue aquello. Muchas tardes me aburría también, diciendo: » -Me quiero, me quiero ir -¡Que no! Hacemos los deberes y te vas». Ahora entiendo que eso en mí tuvo que dejar una pequeña huella, algo así como una gotita de ámbar, de algo que es muy insólito vivirlo. ¡Es que era el único chaval de mi edad, de mi generación, que vivió aquello con esa intensidad! Yo estoy muy agradecido a aquello que pensaba que era casi un castigo, que era estar todas las tardes metido en el Café, oyendo a señores mayores que se quitaban la dentadura cuando iban al baño. Ahora, para mí ha sido uno de los privilegios mayores que he tenido y lo recuerdo con mucho encanto y con mucho cariño. Cuando veo a algunos que todavía quedan vivos, siempre el recuerdo es el de aquel niño que estaba allí enredando. Algo de lo que a mí me interesó, entonces inconscientemente, de la literatura, la poesía y el periodismo, yo sé que salió de aquello.
¿Qué significa o qué supone ser un cipotudo?
Pues no supone nada, porque como no entendí muy bien el artículo… Sospecho que no lo entendí por limitaciones mías. Creo que fue un golpe de gracia, que yo me enteré tarde además. Me enteré dos o tres días después, no te creas que fui muy ávido para eso. Imagino que, bueno, forma parte de este show que a veces tenemos los periodistas. Es algo muy de consumo interno en el periodismo. No creo que defina nada ni diga nada así extraordinario de nadie, ni de una generación ni de una forma de hacer periodismo ni nada. Creo que no fue más que un golpe de gracia.
Decía Pérez Reverte, cuando le preguntaron por aquello, que si ser cipotudo era estar en la misma lista que Jabois o Lucas, él estaba orgulloso. ¿Siente esa simpatía o conciencia de clase cipotuda?
(Ríe) Ni conciencia de clase cipotuda, ni simpatía, ni antipatía. En el caso de Arturo, somos muy amigos. Es un tipo de una generosidad extraordinaria y es un tipo leal. Lo hizo, más que nada, por generosidad hacia ‘Jabo’ y hacia mí. No te creas que él se enterase tampoco muy bien de aquello, ¿eh? Él lo leyó así de pasada y nos echamos unas risas por ver qué quería decir y, fuera de eso, no hay más que un grupo de amigos que son colegas, que se reúnen una vez cada quince días a cenar siempre en Madrid, que lo pasamos muy bien. Hablamos mucho de literatura, nos reímos, de periodismo, maldecimos, elogiamos y echamos así la noche.
«Para mí, hacer columnas era un sueño desde adolescente, como quien quiere ser corresponsal de guerra o periodista deportivo»
Siempre veo la definición de Antonio Lucas como periodista y poeta. ¿Y el columnismo? ¿En cuál de las dos categorías entra?
Para mí, hacer columnas era un sueño desde adolescente, como los chavales que estando en el instituto quieren ser corresponsales de guerra o periodistas deportivos. Yo, no sé por qué, tenía esa especie de ansiedad por la columna. A mí me gustaba mucho leer columnas en el instituto, con catorce o quince años. Estaba Umbral, estaba Vincent, estaba Maruja Torres, estaba Carmen Rigalt, estaba Rosa Montero, estaba Juanjo Millás, estaba Manuel Vázquez Montalbán. Había una escudería de articulistas extraordinaria. A mí, lo del periodismo y la poesía es que me viene muy conjunto. Yo en la poesía empecé de una manera muy espontánea a leerla cuando tenía trece años, catorce. En el periodismo, ya con quince quise ser periodista. Monté una emisora de radio en el instituto y lo pasamos muy bien. A partir de ese momento, la poesía y el periodismo han caminado siempre en paralelo intentando no rozarse mucho. Sospecho que algo se deben la una a la otra. En mi conciencia preclara de no juntarlas han caminado siempre en paralelo y convivo con eso, como el que tiene dos pulmones, respiro por los dos. Así que soy periodista, sí, y la poesía es una forma de estar en el mundo. Diría que el periodismo me ayuda a entender la vida y la poesía me ayuda a crearla.
Estamos ya en la puerta del Pimpi y paramos un momento la conversación para el material gráfico y repasar el guión de la entrevista. Lucas pregunta si ha acabado: «¿Ya está? La que más te interesaba era la de cipotudo». Sigue apurando el cigarro y nos inspecciona con curiosidad. No sabe ni nuestros nombres ni el de nuestro medio: «Qué altos sois, la hostia».
En El Mundo a los columnistas siempre se les ha tachado de los hijos de Umbral. ¿No es un peso a la espalda?
No, no es un peso. Es cierto que la estela de Umbral pesa mucho, que ese hueco que dejó es un hueco que nos ha contagiado a algunos, pero yo creo que al contrario de otras generaciones, que sí tenían un interés muy urgente por matar al padre y por distinguirse inmediatamente del antecedente, yo creo que nosotros lo asumimos con bastante naturalidad. Umbral es un bucardo impresionante del columnismo que a todos nos ha salpicado y que nos seguirá salpicando probablemente. La gratitud que uno tiene como lector de tantas cosas que ha aprendido de las columnas de Umbral es no renunciar a esa herencia que a veces se te filtra de manera inconsciente en las columnas. Ese gesto, ese guiño, ese tal, que se te filtra y sabes que es de él. A veces tú provocas premeditadamente para hacer ese pequeño homenaje íntimo. Yo creo que Umbral, como tantos otros columnistas… Para mí han sido muy importantes Manuel Vázquez Montalbán, Raúl del Pozo y grandes maestros de la columna. Creo que en este caso Umbral fue el más sonoro porque fue el más proteico del lenguaje, el que puso el idioma más en combustión. Pero no, no es un peso, de verdad, no es un peso. A veces lo hacen de manera premeditada, el denostar que algunos de los que nos hemos criado en el columnismo de El Mundo tengamos esa especie de referencia tan clara. Pero a ninguno, creo, no sé si hablo de Gistau, hablo de Jabois o hablo de mí, a ninguno nos pesa como un descrédito. A mí me parece que es natural.
La historia de la literatura, como la historia del periodismo, se hace con un sedimento de gentes, de nombre y de lecturas. Renunciar a esa secuencia, a esa cadena evolutiva, que tiene la historia de la literatura respecto a aquellos que te marcaron no les veo sentido. Yo, a los que admiro, los admiro mucho. Admiro mucho a Neruda y en mi primer libro se notaba esa contaminación de Neruda, se notaba esa contaminación de Aleixandre y esa contaminación de algunos gestos de Eliot. Con el tiempo, han sido otros los autores que probablemente me han ido impregnando de sus cosas y convivo con eso. Yo creo que la literatura y el periodismo es una carrera que se hace con compañeros de viaje y no hay que renunciar a esos compañeros de viaje. Una cosa es que uno busque la voz propia, una identidad personal y bien abrochada, pero sabiendo que esa no la inventas tú ni se hace sola. Se hace, como decía Machado, distinguiendo las voces de los ecos y entre las voces, una.
Decía Juan Tallón que se es quién es por los libros que ha leído y el orden en que los ha leído. ¿El columnista es también quien es por las columnas que ha leído y el orden en que las ha leído?
El columnista es quien es por lo que ha leído, sean columnistas o no, y por el desorden en el que ha leído. El columnismo, al final y al cabo, no tiene esa aritmética tan clara de otros géneros de la escritura. Yo creo que es un género que, a pesar de que requiere una precisión extraordinaria y una relojería muy precisa, tiene también un punto a veces más despeinado que otros géneros. Yo creo que ese desorden de lecturas en la columna es más necesaria que el orden que a lo mejor no ha tenido en su secuencia de lector para temas de literatura. ¿Por qué digo esto? Porque la columna se hace también con la actualidad, se hace atendiendo a cómo escriben otros sobre esos mismos temas y esos otros escriben como tú, prácticamente todos los días. Digamos que hay una especie de urgencia y de feedback mucho más en streaming, mucho más inmediato que el de la literatura, que es más reposada, más demorada, y tiene otro rollo.
¿Es El Mundo el mejor periódico en el que pueda estar un poeta?
Bueno, El Mundo es el mejor periódico para mí porque me han acogido allí desde hace 20 años, con lo cual, como no conozco otro, es el mejor para mí. El Mundo es un gran periódico. Ahora mismo, yo creo que lo que más se parece a un periódico, de hecho. Es un gran periódico porque ha permitido siempre -ya te digo, yo llevo allí veintiún años, era un niño cuando empecé, tenía veinte- escribir de la manera en que uno sabía hacerlo o consideraba que sabía hacerlo. Sobre todo, en el ámbito de lo ideológico, ha sido muy plural. Tú te podías encontrar, cuando yo todavía era un becario, columnas de Javier Ortiz, que eran muy potentes desde el flanco de la izquierda, y a Federico Jiménez Losantos, que ha sido muy potente del lado de ese neoliberalismo acuñado con potencia en ciertos preceptos de la derecha. Ese arco tan singular que ha permitido o que ha generado, porque también ha sido una estrategia de Pedro J, le ha hecho el periódico más elástico de los que hay funcionando en los últimos veinte o veinticinco años. Ya no sólo elástico, también tiene un punto casi anarca en algunos momentos. Ves columnistas que han escrito en contra del editorial de ese día o que sus ideas estaban en contra del editorial de ese día y no ha pasado nada. Se ha permitido que existiese esa especie de abundancia de voces, que creo que es muy sano para el periódico, que lo hace muy atractivo y que lo hace muy sugerente para las nuevas generaciones que vengan leyendo. Un periódico, una cabecera como El Mundo, no es sólo un monorraíl, sino que de repente tienes una cantidad de senderos que se bifurcan, como decía Borges, muy apetecible.
¿Ha cambiado algo desde que Pedro J… dejó el periódico?
Sí, lo echaron del periódico.
Sí.
Sí, hombre, han cambiado cosas, claro. Pedro J era una figura muy referencial, una figura muy poderosa, una figura muy contundente. Claro que han cambiado cosas, pero no creo que haya cambiado lo importante, que es la esencia. Lo que han cambiado son los rudimentos domésticos de funcionamiento de algunas cosas del periódico, pero la esencia de lo que es El Mundo, y creo que se ha podido ver desde la salida de Pedro J hasta hoy a pesar de los vaivenes que hemos padecido, creo que sí se ha mantenido esa molécula de combate, de atención y de alerta, sobre todo de alerta, que ha caracterizado al diario El Mundo desde su fundación y que creo que es el mejor aval que tiene ahora mismo el periódico. Hay un montón de gente remando a favor de que eso no se pierda. Hay un director como es Pedro García Cuartango ahora mismo que es el primer convencido de que El Mundo tiene que ser el mismo periódico incómodo… ¡Coño, que no te había conocido! ¡Pareces un homeless de Nueva York, joder!
Otro columnista se estaba paseando por detrás de nosotros y saluda a entrevistado y entrevistadores. El Pimpi es en ese momento el epicentro del columnismo nacional y todos los que han podido ir, ya sea por el congreso o por su residencia en Málaga, están a punto de comer como celebración del 89 cumpleaños de Manuel Alcántara. Decidimos no quitarle más tiempo y dejarle, libre, ante el destino de unas próximas horas de gastronomía y tertulia rodeado de los grandes nombres del panorama periodístico nacional. Como cuando era un crío en el Café Gijón.
¿Y hubo algún movimiento por parte de Pedro J para llevarle a El Español?
No, no, no. Y creo que hizo bien.