Llega mayo con sus cruces y su inestabilidad temporal. Llega con una gabarra bilbaína encallada en costas malacitanas. Ni las plataformas parecen querer irse del sur. Llega mayo con una tempestad en la alta cocina española. Un reportaje saca a la luz que son becarios los que hacen posible que salgan adelante los grandes menús degustación que idean los nombres que están detrás del cártel del restaurante. Cobrando a precio de saldo. Trabajando más horas de las que el sol luce un día de verano. Con niveles de estrés más altos que cualquier pico nepalí. La cumbre de la gastronomía se cocina en condiciones más cercanas a las del sudeste asiático que al lujo que tenemos en el imaginario. Y los cabezas de cartel lejos de empequeñecerse y arrepentirse sacan pecho. «Podría pagar a veinte cocineros y sacar un buen servicio, pero con cuarenta y cinco tengo un servicio excelente», afirmaba el televisivo Jordi Cruz cuando le preguntaban por esto. Respondía también encadenadamente que los becarios deberían estar orgullosos, les ofrecen comida, alojamiento y aprendizaje en las mejores comidas del mundo.
Ahí está la cuestión. ¿Hasta qué punto podemos pagar el aprendizaje en las empresas referencia de nuestro sector? Ya cumplida la veintena, se puede decir que estoy muy cerca de ser becario, si tengo esa suerte. Estudiando periodismo todas las velas soplan dirección a convertirme en uno de ellos más pronto que tarde para poder meter la cabeza en el mundo laboral. Si me preguntan, responderé una y mil veces lo dispuesto que estoy a estar más horas en la redacción que mi supervisor. Claro que estoy dispuesto a cobrar poco si así puedo aprender de los mejores codo con codo. Quién te diga que no debería cambiar de carrera. Claro que estoy dispuesto a sacrificarme un tiempo para poder llegar a donde realmente quiero estar. Claro que tendré que sudar sangre y tinta, pero nadie dijo que la vida fuese a ser fácil. Todos soñamos con firmar bajo las mejores cabeceras, aparecer en los mejores canales o locutar en las mejores cadenas. Todo el que sueña con llegar a la cúspide no dudará en subir desde la base, aunque sea con el fango hasta las rodillas. Porque no hay nada que pague la ilusión de cumplir un sueño.