Coches de caballos

En España tenemos la fea costumbre de aferrarnos a los modelos que vienen funcionando, aunque la necesidad de cambio nos esté dando golpes en la frente. No es un problema actual, ya estuvimos en el lado equivocado allá en tiempos de Napoleón cuando montamos una revolución en pos de las cadenas y la incultura. ¡Ay! Recio, orgulloso y ciego pueblo el nuestro que no es capaz de salir del carril de lo preestablecido, incluso cuando esto está abocado al más estrepitoso fracaso. Algo así está ocurriendo en la mal llamada «Guerra del taxi». Los taxistas son incapaces de darse cuenta de que el problema no es Uber, ni Cabify. Al igual que las empresas de transporte no se dieron cuenta de que el problema no era Bla bla car o Amovens. El problema son ellos. Cuando estás acostumbrado a imponer el precio y las condiciones en un sistema monopolístico no puedes patalear y lloriquear cuando llega alguien a romperte el mercado. Porque estabas abusando de él. En vez de lloriquear cuál infante al que le han quitado su caramelo el sector del taxi  debería reflexionar sobre qué ha hecho que sus potenciales consumidores prefieran otros servicios al suyo.

Sería mucho más provechoso para todos nosotros –clientes y conductores– que dejasen las protestas, las amenazas, las extorsiones, las persecuciones e incluso la quema de coches probasen el servicio de su competencia para después analizar la diferencia. Si después de su estresante jornada laboral no tienen tiempo –o ganas– de hacerlo, les voy a detallar algunas de las diferencias que he notado yo como humilde consumidor. A la hora de contactar con Cabify puedo hacerlo cómodamente desde una aplicación de mi teléfono móvil, sin tener que llamar a un fijo o desplazarme hasta la parada de taxi más cercana –donde puede que incluso deba esperar a que llegué el siguiente taxi, sobre todo si es de noche–. El elegante coche negro con chófer me recogerá en el punto que haya seleccionado con un precio cerrado y preestablecido, mientras que en le taxi no puedo hacer más que una estimación basada en anteriores servicios y me cobran más en caso de llamarlos. Una vez dentro del coche el conductor me ofrece wifi gratis y una botella de agua por si tengo sed. Al estar el precio preestablecido sé con seguridad que no dará rodeos ya que a ambos nos interesa hacer el trayecto en el menor tiempo posible –bien es cierto que la mayoría de los taxistas hacen el servicio por el recorrido más corto, pero entiendan que siempre queda la duda de si serás tú el engañado o no–.

Entiendo que hayan pagado por sus licencias precios desorbitados, pero entiendan ustedes que esos precios no se deben a otra cosa que la especulación del gremio, por lo que miren a sus ombligos antes de poner a la competencia como cabeza de turco de tus problemas. Si quieren ser competitivos en un mundo cada vez más liberalizado y globalizado no sigan intentando jugar con sus roñosas cartas marcadas, saquen la baraja nueva y háganse a las reglas que ahora rigen el mercado. Eso o sigan fabricando coches de caballos mientras ven cómo sacan al mercado nuevos y flamantes coches a combustión. La pelota ahora está en su tejado.

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