Hay veces que un hombre debe dar un paso adelante y mostrar sus carencias. La verdad es que no sé muchas cosas. Tampoco sé hacer otras tantas. No sé hacer una tortilla sin que acabe siendo un revuelto. No sé silbar. No sé hacer una integral. Y las raíces cuadradas las tengo algo olvidadas. No sé lo que es un bosón. Tampoco sé dibujar. Ni siquiera sé escribir legiblemente a mano. No sé cocinar más allá de los básicos y a veces ni eso.

No sé dar el primer beso. No sé qué responder a un cumplido. Mucho menos si sé que es sincero. No sé qué decir para aliviar a alguien al que se le ha partido el alma recientemente. No sé delegar, pese a que me cueste el sueño. No sé organizar bien mi tiempo ni decir que no a un buen plan. No sé dar el 50% de mí. Tampoco sé expresar mis emociones correctamente si no escribo. No sé conducir. Tampoco sé cómo volver a mirar a una persona cuando creo que le he fallado. No sé cómo dejar de pensar en el siguiente viaje. Ni hacer fotos en modo manual con mi cámara. No sé tener relaciones epidérmicas. No sé italiano y no porque no lo haya intentado. No sé ocultar mis sentimientos cuando son intensos. Tampoco esconder esa sonrisilla tonta cuando mi móvil vibra con la llegada de su mensaje.

No sé mentir a mi hermano. Ni planchar la ropa. No sé mantener mi escritorio ordenado más de una tarde. No sé resistirme a la tentación de tener más de un libro empezado a la vez. No sé hacer un halago falso cuando puedo hacer una crítica sana y sincera. No sé casi nada de economía y aún así me preguntan como si fuese experto. No sé ornitología. Ni dejarme llevar por otra cosa que no sea lo que siento. No sé entrar en una librería sin llevarme un libro y encapricharme de otro. No sé hacer un viaje en metro y no enamorarme de una sonrisa. No sé decir te quiero si no lo siento. No sé escribir sonetos. Esta podría ser una lista interminable, pero con esto me queda claro que cuánto más aprendo me doy cuenta de que sé menos.