Fuego

En Suiza están comenzando a tapar sus glaciares de la región del Ródano con mantas térmicas para intentar conservarlos. Parece que ya está llegando a los Alpes el fuego español desatado estos últimos días. Ardían las redes y algunas fotos de los Reyes después de que el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo dictaminase que quemar una foto del rey no es delito de odio. Yo que soy de esos periodistas que no entienden de Derecho –como diría una amiga jurista: no he leído una ley en mi vida– y no me gustaría hacerme pasar por tertuliano (al menos de momento) prefiero bucear en los fuegos fatuos de las redes para ver como arde la ignorancia y el descrédito vacío. Esto lo aprendí de Juan Soto Ivars, al que ya seguía cuando tocaba para tres personas en garitos pequeños –o lo que es lo mismo, antes de su artículo de Tentaciones o de que apareciese en todas las teles hablando de  tuits– ahora es el periodista de moda y tiene que rechazar trabajos, por lo que le queda poco tiempo para meterse en el fango de Internet. En Girona han salido a quemar fotos para celebrarlo; han debido poner la tinta en oferta porque las fotos eran de bastante calidad. En la fiesta de la libertad de expresión y la crítica política no tiene cabida la  Hermandad del puño cerrao’.

No sé si fue una foto de don Felipe VI lo que provocó el incendio en un edificio de Granada unos meses antes en el que tuvieron la mala suerte de vivir dos amigas mías. Para encubrir su identidad las llamaremos Luisa y Marta. A mitad de la noche Luisa se despertó sobresaltada por el fuerte olor y un calor inusual en el invierno granadino. Un vistazo a la mirilla le bastó para darse cuenta de que el rellano había tornado a un rojizo poco agradable. Corrió a alertar a Marta que dormía felizmente. Al grito de «¡Marta, levanta, fuego!» no pudo hacer otra cosa que darse media vuelta y espetar «ya se irá», como si fuese un testigo de Jehová tocando a la puerta en la hora de la siesta. Y no culpo a mi amiga, sólo concibo dos lugares donde se está en paz con el mundo: acurrucado debajo de un buen nórdico y tomando una ducha de agua caliente en invierno. Y todos sabemos cual de las dos opciones es más respetuosa con la naturaleza. Ya en el balcón –y armadas con un colchón por si los bomberos no las rescataban y tenían que precipitarse al vacío con las llamas a la espalda– Luisa me cuenta que vio pasar su vida entera delante de ella (sí, como en las películas) y sólo se fijó en el vestido tan hortera que llevaba en su comunión. Creo que en los últimos momentos unos siempre quiere encontrarse con los momentos que se te clavan como espinitas; aquel ridículo en infantil, lo rollizo que estabas en el primer viaje con el colegio o la vez que llamaste mamá a tu profesora. No serviría de mucho escapar de la vida recordando los buenos momentos, porque lo que te espera al otro lado podría ser peor. Espero que no sea el caso de Stephen Hawking, al que se recordará por su tesón, valentía y sentido del humor y no por los poco ridículos que dudo mucho que haya podido hacer. Descanse en paz.

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