Un flâneur bordelés

Siento que cada vez me queda menos tiempo en Burdeos y no me apena demasiado dejar la ciudad. Mis recuerdos más cautivadores dejarán personas importantes en este esta ciudad, pero no un especial cariño por la ville. Paseo como un flâneur de Sainte Catherine a Pey Berland con la mirada siempre puesta a la Place de la Comédie y su Gran Ópera Nacional, pero me siento ajeno. En Burdeos se enorgullecen de tener cuatro millones de turistas sin que el turista los haya engullido, manteniendo su carácter y haciendo que el turista se vuelva bordelés. Yo no lo he conseguido. Mi mirada sureña anhela el mar (incluso el que se esconde al fondo de una copa en Madrid, como escribe Manuel Alcántara) y la cercanía mediterráneas. Si algo voy a extrañar de la Petit Paris es el eje serpenteante que le da la vida a sus habitantes: el tranvía. En el tranvía conviven desde el destechado que no paga el billete al afortunado con lustrosos zapatos de piel. Las ciudades viven en su transporte público  y eso lo vi aún más claro ayer. Volvía a casa y me enfrentaban dos perfiles.

Junto a la ventana. Chaqueta de cuero desgastada. Manos trabajadas. Las masajea, juguetea con sus dedos. Mira por el cristal con la calma del que tiene todo el tiempo del mundo y la curiosidad del que descubre un mundo nuevo. Sonrisa casi inocente y parece que perenne. Botas manchadas y bolsas en los ojos. Su pelo comienza a canear destacando sobre su tez negra como sus pupilas. Inspira tranquilidad, parece que todo va a estar bien junto a él.

En el asiento de al lado una señora mayor de bolso de piel. Rostro estirado y sonrisa inapetente. Espalda recta como un junco un día sin viento y manos quietas. Anillos ostentosos en su dedo anular, parece mirar perdonando cuando merece que la perdonen a ella. La perfecta imperfección de quién se siente superior. Los pies muy juntos y rectos, de modales casi victorianos. Juraría que no tiene ritmo en las manos y que por sus arrugas corre horchata. En un tablao flamenco estaría más perdida que Cristiano Ronaldo en área propia. Sonrisa arcaica en una cela de gala, alegría clasificada.
El tiempo sigue corriendo para los dos en una ciudad por la que parece no pasar el tiempo.

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