Septiembre ha vuelto a nuestras vidas como llega todo lo que no nos gusta, cayendo por su propio peso y con un regusto de depresión postvacacional. Y no viene sólo, este año llega acompañado de una ola de calor que lo hace aún más insoportable. Como si no tuviésemos suficiente con los anuncios de la ‘vuelta al cole’ para fustigarnos aún más fuerte cada vez que notamos que se acaba el verano. Y con septiembre llega otra vez la política, si es que alguna vez se fue. Hemos visto a Sánchez en Mojácar y a Rajoy en Galicia, alejados hasta en su elección del lugar de vacaciones. Rivera por otra parte no ha tenido vacaciones, hay quién dice que en el bar del Congreso han puesto los mojitos en oferta, y ya saben lo que dicen de los catalanes.

Mientras en todas las tertulias políticas de verano —más manidas si cabe— se ha escuchado “Rajoy es el candidato más votado”, a lo que yo siempre respondo «y contra el que más han votado». Los demás partidos no dejaron de repetir en campaña que su principal objetivo era despojar a Rajoy de su cómodo asiento en el hemiciclo. Aunque desde Ciudadanos hayan intentado pactar con el diablo gallego incumpliendo su palabra, practicando una vez más las viejas políticas de las que tanto rehuyen en sus discursos. Política viejoven, que diría un buen amigo mío.

Y así hemos llegado al noveno mes sin gobierno, intentando pactos de cara a la galería que nunca tienen los suficientes apoyos. A todo esto el Rey también vuelve de su clásico descanso estival en Mallorca, y ni por esas realiza otra ronda de consultas. Yo no lo juzgo, debe ser más fácil lidiar con las infantas. 

Viendo como está el panorama político, estoy estudiando tomarme unas pequeñas vacaciones en septiembre, que es más barato, me debato entre Soria y Panamá como destino, pero aún no sé si el Banco Mundial me concederá el crédito que necesito para ir.