Estamos rozando diciembre y en Burdeos hace ya demasiado frío para este malagueño que sigue buscando el sur. Los termómetros están empezando a bajar de cero y la cerveza parece aquí cada vez más cara. Intento hallar consuelo en un vino bastante peor que el Rioja –por mucho que los franceses sepan venderlo mucho mejor que nosotros–, pero no es lo mismo. El lunes estuve viendo a la selección francesa medirse a la sueca en un tibio partido que acabó con un empate a nada del que sólo puedo hacer comentarios de lo visto en las gradas. La afición le puso mucho más fútbol que las jugadoras; y eso que el estadio estaba literalmente a media entrada (habían dejado un fondo y una tribuna completamente vacíos para llenar hasta la bandera el fondo y la tribuna restantes). Tras el pitido final el estadio quedó completamente vacío y sin pipas en el suelo y hasta eso echo de menos.
Compro el Sud-Ouest algún domingo e intento buscar a Alcántara en la contraportada, pero sigo sin encontrar su foto. Las gaviotas aquí no vuelan, creo que es porque la lluvia haría su vuelo pesado y tosco. El Garona hace tiempo que dejó de brillar y del Mediterráneo sólo me quedan el recuerdo y alguna foto en la memoria de mi smartphone. Hay días que incluso creo distinguir el inconfundible olor de los espetos asándose en la orilla de la playa, pero pronto me doy cuenta de que es un burdo engaño de mi subconsciente.
Seguramente le parezca, estimado lector, que esta columna está cargada de melancolía; pero como ya le he dicho estamos rozando diciembre y este año la navidad se antoja especial. Burdeos ya viste de gala con sus árboles, su alumbrado y sus escaparates sacados de una película de sobremesa en estas fechas, sólo falta que la nieve haga acto de presencia –lo que se antoja complicado– para que sus edificios góticos parezcan sacados de la mejor estampa navideña. Y yo sigo con la cabeza en la calle Larios, buscando algo de sol y de calor en estas calles francesas. Pensando en volver a casa por Navidad, para volver a sentir cerca a mis familiares y amigos y brindar con ellos una vez más por los kilómetros que han vuelto a juntarnos una vez más. Aunque suene a tópico, esos brindis este año sí serán el mejor regalo de navidad.