He tenido que ponerme unos calcetines para empezar a escribir. El frescor del mármol ha dejado de resultar agradable y con los pies fríos no se piensa bien. No deja de ser una señal irrevocable de que se nos están acabando las excusas. Este verano no he parado de oír aquello de “el calor mata al bicho” o “la carga vírica ahora es baja”. A Madrid le han impuesto un cerco y casi a la misma velocidad se lo han quitado. Que no se soportaba aquello jurídicamente, mira que hubo tiempo para redactar las leyes. En Bruselas, sin embargo, las restricciones no se tosen. Medidas más serias a menores cifras. Cada vez que voy a Bruselas me gusta menos, pero la envidio más. Direcciones claras contra el ajedrez de significantes y significados. En la foto de las comparaciones nunca salimos guapos. Y dando gracias a que estamos a principio de legislatura, no querría imaginarme que hubiese sucedido en la recta final de unas campañas que ahora duran cuatro años.
Y aún podríamos estar peor, a Trump le molesta la mascarilla para hablar, para vivir y hasta para pagar impuestos. Pudo ser una excusa que dar si alguien se la hubiese exigido después de que el NYT destapase que lleva diez años sin aportar a las arcas estadounidenses. “Mi patriotismo llega hasta donde se encuentra con mi bolsillo” es una frase genial para una camiseta. La única realidad es que una bomba que hace 4 años hubiese destrozado a cualquier presidenciable, no se ha notado pasar en la popularidad del magnate. Empiezo a entender que se sienta invencible. Sólo quedaría que en el capítulo final de la 2ª temporada de “The Boys” le diesen Compuesto V y acabase reemplazando a El Patriota.
Que el sistema funciona queda claro. La representación política de la sociedad roza la perfección. Es utópico esperar de la clase política lo que no se ofrece desde la ciudadanía. Aunque sí sería deseable un grado más de disimulo. Al menos, para aceptar con menos descaro el dinero europeo.