Generación crisis

Nací en 1997 y ni siquiera los sociólogos se ponen de acuerdo a la hora de encuadrarme en una generación. Para algunos soy un Millennial, para otros, Generación Z. Como yo, cantidad de jóvenes nacidos entre 1995 y 1999. Seguimos a rebufo de la llamada «Generación más preparada de la historia», que entiendo que debe ser toda aquella que precede a la anterior, o al menos eso debería entenderse por progreso. Qué mal lo estaríamos haciendo si no fuese así. Nuestra camada ha tenido una infancia bastante mejor que la de nuestros padres, pero todo indica que nos espera un futuro bastante menos luminoso. Y es que sólo conocemos la crisis.

Nacimos en una España que se estaba levantando de la Crisis de 1993 y empezaba asomar cabeza en el euro. Llegó la bonanza del ladrillo, pero la burbuja explotó allá por 2008, sin que llegaremos a oler los brotes verdes aún en el colegio. Durante nuestra formación secundaria la cosa no mejoró y entramos a la universidad viendo como gran parte de los que habían salido los años anteriores estaban tomando aviones y no por cuestiones de ocio. Los catedráticos criticando que ya no podemos recitar de memoria a Calderón de la Barca, pero sin tener en cuenta que somos capaces de comunicarnos al menos en dos idiomas con una naturalidad que ya les hubiese gustado cuando empezó a abrirse el turismo. A veces nos pedían que les ayudásemos con el ordenador, las tecnologías también se atascaban. Pero esto no es todo lo positivo que quisiéramos creer. Nacer con los ordenadores debajo del brazo y ningún tipo de restricción aparente hizo que nuestra atención ante estímulos prolongados se viese mermada, porque estábamos acostumbrado a mundo de color con el que la realidad nunca pudo competir.

Contamos con más egresados universitarios, se nos caen los títulos de posgrado de los bolsillos y el que menos chapurrea tres idiomas. Pero nos cuesta horrores acceder a la investigación pública, cuando gran parte de los catedráticos de hoy ya lo eran a los treinta. Tenemos competencias en programas y aptitudes que hace cinco años no existían o no se tenían en cuenta, pero nos faltan oportunidades laborales y experiencia en la empresa privada. A la generación que hoy colma el Parlamento, dirige empresas y medios, y posee gran parte del parque inmobiliario se les dejó un país a construir, empresas por formar, y una democracia por implementar. A nosotros nos queda una tasa de paro juvenil que supera el 40%, un sueldo medio que hace diez años sería tildado de basura, una temporalidad laboral aplastante y unos alquileres que superan el 100% del sueldo medio en muchas ciudades. No creo que lo que me une a mi quinta sea que hemos crecido en el nuevo milenio o cualquier otra casuística. Únicamente puedo reconocer la crisis como característica común de esta mi generación.

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