Llamada generacional

Suena el teléfono. Por el altavocito timbra la voz de mamá.
– Es la abuela, está muy grave.
– Pero hace unos días estaba bien.
– Es coronavirus. Todos hemos tenido mucho cuidado. ¿Tú no habrás salido de fiesta, no?
– No…
De fondo se escuchan chinchines y se ven pocas mascarillas. Unas bombillitas de luz cálida del Primark y un par de sofás en una terraza de un ático.
Podría haberme pasado a mí, pero es la última campaña de concienciación del gobierno canario. Un vídeo bastante aplaudido en redes, aunque ciertamente tramposo. En primer lugar, se dibuja a un protagonista cuya mayor falta no es hacer vida social, sino hacerla de modo que el espectador entiende que es irresponsable y, además, mentir a su familia. No sabemos si el padre de este cogió una guagua atestada (aún con mucho cuidado) o si algún familiar se llevó la mano al ojo mientras estaba en el supermercado sin haberse desinfectado previamente, ya saben, un despiste lo tiene cualquiera.
La sensación es que somos la diana de todas las culpas. Poco más y nos acusan de coger el metro o el bus en vez de dejarlo para nuestros padres y abuelos que tendrán las piernas más cansadas. Leo que nos están robando un tiempo de nuestra juventud que nunca volverá y entiendo a los que viviendo lejos de su familia abusen de los encuentros sociales y se diviertan tanto como esté en su mano. Porque el mantra a repetir no se basa en la responsabilidad individual, sino en el “piensa en tus abuelos”. Y es muy fácil que, eliminados de la ecuación los abuelos que duelen, el joven se sienta tan inmortal como le habéis vendido que es.
Generaron opiniones contrarias jóvenes reventando contenedores y otros que limpiaban sus destrozos a la mañana siguiente. “Esto sí nos representa”, rezaban los comentarios sobre los segundos. No puedo más que discrepar. Simplemente porque no he visto más que a esos chavales limpiando las calles de su ciudad. Siempre me pareció tramposa la falta de autocrítica y lo poco sinceros que somos cuando sólo sacamos pecho ante lo que nos gustaría ser de los demás, nunca ante lo que despreciamos de nosotros mismos en imágenes de otros. Aunque nos pese, tenemos tanto de los que destrozan como de los que limpian. Somos los que revientan los cristales de Lacoste y los que tienen suficiente conciencia de clase para pensar en su madre limpiadora y coger guantes y bolsa de basura.
Apuntaba Chapu Apaolaza en su cuaderno que gustamos de decirnos la generación más preparada de la historia (ya saben, el beneficio que nos concede ser la última y eso que algunos llaman progreso) y no sabemos ni hacer una barricada. En contraposición, leo a Juan José Millás decir que los peligrosos no son los jóvenes que salen en las revueltas, sino los que se quedan en casa leyendo. Por suerte, querido Chapu, aún no han salido los duchos.

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