Vuelvo a este diario tramposo obviando el más de un año que, por unas razones o por otras, lo he dejado de lado, olvidado y solo, y con la firme intención de que esto no vuelva a suceder. Vuelvo impulsado por una entrevista en la que recordaban que si buscas cosas por las que estar agradecido al final del día, es difícil que te acuestes enfadado. Vuelvo porque tengo la convicción de que si escribo sobre las cosas que me hacen feliz lo seré más o, al menos, seré más consciente de serlo y buscaré con más ahínco los momentos de felicidad, aunque sea porque se lo debo a mis lectores.
Vuelvo porque me hizo muy feliz finalizar la semana pasada teniendo un pequeño cameo en el discurso de graduación del padrino de la última promoción de Periodismo de la Universidad de Málaga. Me cuesta creer muchas veces la cantidad de halagos que recibo sin saber si realmente los merezco, pero ciertamente me hacen muy feliz y estoy aprendiendo a tomarlos como ciertos.
Vuelvo porque he encontrado la felicidad en pequeños gestos, una señora mayor me solucionó el día dejándome pagar primero en la cola del súper cuando sólo llevaba dos productos y ella un carrito entero. «Corre, antes de que empiece a pasar los míos», me dijo con premura, mientras yo no tenía palabras para agradecérselo lo suficiente.
Vuelvo porque parece que mi camino se vuelve a encontrar con el de S., después de que abriésemos juntos El Reverso, pero el decidiese que el tiempo ya no le daba para su hobby. También vuelvo porque su hobby me recordó lo que supone tener una primicia y darla, la adrenalina momentánea de estar en una montaña rusa. A veces se olvida cuando vas por detrás de la noticia.
Vuelvo porque me reencontré este mes con el mar, después de que pareciese que me evitase con climatología adversa cada vez que intentaba ir. Vuelvo porque no hay sensación como la de zambullirte en aguas frías y abiertas y comenzar a dar brazadas sin saber muy bien dónde vas a llegar.
Vuelvo porque al cambiar de ruta para ir a la redacción me encontré con una escena de amor entre indigentes que se mantuvo en el tiempo la hora que tardé en volver de almorzar. Verla a ella, en la misma posición que la dejé, sentada sobre las rodillas de él y dándose besos con las mascarillas por la barbilla; me recordó que la pasión no entiende de estratos y que esa pompa es igual aunque estés sobre un escalón sin más pertenencias que una litro medio vacía y un par de monedas en los bolsillos.
El sábado dejó de ser difícil robar un beso con mascarilla en España y lo celebré con cierta nostalgia a la imagen. ¿Asoma algo de síndrome de Estocolmo? También volví a la música en directo en un chiringuito acompañada de un combinado con tres piedras de hielo. Vinieron mis padres a la Misericordia y qué alegría la brisa del mar.