Encontrar todos los semáforos en verde por el camino debe ser algo así como que el mundo te guiñe un ojo. Algo parecido a cuando la chica guapa de la barra del bar se ríe con tu broma. Esto último no lo sé, sólo me lo imagino, las barras siguen bajo clausura y hace mucho que las chicas guapas no se ríen con mis chistes. Quizá debería volver a los bares. Aunque sea a las mesas de la terraza. Desde que no estoy activo en el SAS tampoco sé si volveré al interior de las discotecas, que uno es virgen nasalmente y, si todo va bien, no espera dejar de serlo. Vacunarme sí que quiero, sólo estoy esperando a que me dejen.
F. dice que soy un pijo porque sé limpiar las lubinas sin haber trabajado de camarero. Que tire la primera espina el que esté libre de pecado. No sé si me va bien pero en alguna redacción sí debo estar haciendo gracia. Gustan mis ideas de fotos y las historias de mis reportajes. Pensemos que ha sido casualidad, hoy en un medio sale un artículo con una temática que llevaba un mes en nuestra nevera. Pero compréndanlo, hace calor (que es agosto, qué esperaban).
Los mojitos y las cervezas con la gente que me quiere este fin de semana largo han sido balsa en el desierto. Pero qué voy a decir yo, que tengo la suerte de tener quién me dé un toque cuando me hace falta un respiro. Es una suerte tener a alguien que te dé dos tortas y te despierte cuándo te hace falta. También tengo la suerte de tener con quién tomar un café en una mañana cualquiera y comentar un remanso de noticias volátiles y fugaces.
No sé si espero de la vida que los semáforos sigan en verde o que la Alameda huela a bubaloo, que es como me imagino que huelen las películas de Wes Anderson. A lo mejor sólo me hace falta un poco de descanso, no lo sé.
*Sé que he estado fuera dos semanas, pero se me clavó un grito en la garganta y me costaba encontrar algo de felicidad alrededor de los disparos.