Esta semana los semáforos me encontraron en rojo, el mundo dejó de guiñarme. Quizá alguna chica guapa se haya reído con uno de mis chistes y no me he dado cuenta. Tengo que estar más pendiente. Ha pasado agosto y no me he enamorado. Quedan días de septiembre aún para un amor de verano, aunque empiece a decaer. Quizá sea más de otoño o de amores fugaces como hojas volanderas. Siempre me pareció que las estaciones menos cálidas eran más fructíferas.
A veces vuelvo a mayo, al andén 21, y fantaseo sobre dónde andará aquel vestido camisero, ligero como las tardes de verano. Me gusta pensar que, cansado de tanto esperar buses, se ha pasado a los trenes. Algunos los deja pasar, el primero no siempre es el mejor.
Sobre las papeleras de los trenes de cercanías hay rascadores para apagar cigarros que recuerdan que no todo tiempo pasado fue mejor. Miro a mi alrededor, las mascarillas sólo son ajenas a los niños en carritos y a uno se le antoja complicado pensar en un tiempo donde las caras las tapase el humo. Cuánto ha debido ahorrarse en detergente. Las pegatinas que avisan de la prohibición de fumar amarillean y no sé si es efecto del humo o las hicieron así. Me gusta pensar que es debido a lo primero, no me escondo.
T. me cuenta cómo crece con la ilusión de algo por empezar. Está en ese punto en el que se disfruta jugando, probando, creciendo. Cuando nada es demasiado serio para sentirlo sobre los hombros, pero sí lo suficiente como surfearlo bajo tus pies. A T. le están llegando olas y dándole revolcones como a los niños en la orilla cuando el Mediterráneo está enfadado, pero qué bien lo pasa. A veces me gusta sentirme partícipe, otras hacerme a un lado, lo justo para no alejarme demasiado.
A. y C. hablan de mis textitos y me piden que entre en la conversación. No les gustan las iniciales, quizá por lo mismo que me gustan a mí. No me cuesta demasiado defender una decisión de estilo, pero me sigue pareciendo raro que me lean. Los lectores, en la mayoría de los casos, son entes lejanos, ajenos e irreconocibles. Cada vez me paran más para preguntarme sobre lo que escribo y, en vez de acostumbrarme, me extraña. Pese a todo, es bonito sentir el aliento cerca, aunque sigan pasando trenes. No siempre el primero es el mejor.