Cosas que me han hecho feliz XIII

El arte del espejo. El arte en un espejo. El arte como medio para conocerse. Mirar para ser mirado. Normalmente en un museo vas a que te muestren formas distintas de mirar. Pistoletto coge todas las convenciones clásicas de los tobillos y las agita como un abusón buscando el dinero del bocadillo. Te dice: mírate, párate, obsérvate. Jugar a entenderse en los museos es una de las cosas que más feliz puede hacerme en el mundo. Luego está la Venus de los trapos o cómo cogerte de las solapas y decirte: deja de mirarte, deja de evadirte, deja de buscarte en algo que no eres. Uno más uno ya no son siete, ahora son tres. Tres que forman un infinito al que le ha salido una nueva cabeza. Escher en una figura plana. Un circuito sin principio ni final que forman barcos, vegetación o harapos. La imperfección del infinito. La sensación de tener que volver a calmar una emoción que se me ha levantado como un cosquilleo por el brazo izquierdo y no ha terminado de salir como una ola por el derecho.

Un arreón que terminó de expandir Whalen y su mundo onírico. Una visión naif, algo así como entrar en una pompa de chicle antes de que reviente. Si hace poco la Alameda olía a bubaloo, el CAC sabe a piruleta cuando se encuentra con Whalen y sus globos y guantes hinchados en contacto con rotuladores, lápices y otros objetos flúor. El paraíso de un niño con curiosidad visual, volver a medir un metro cincuenta cuando sigues rozando los dos. La vida se vuelve un poco más injusta cuando tiene fecha de expiración, y ahí reside su parecido con el CAC. Lo único que me consuela son unos billetes a Madrid, con su consecuente visita a Magritte.

En Sapino los chupitos de tequila saben a agua, a menos que tomes dos. Las lámparas son gorros que te puedes llevar a casa y el amanecer está en un cóctel. M. cumplió años y confió en mi mal acento francés para hacerle compañía. La cultura de la risa junto al mar y los atardeceres con olor a sal. Un libro son dos regalos y en la amistad hay uno que se tardan siglos en desenvolver. Milena tarda una novela entera en acercarse, y eso que lo hace con una pasión desbocada.

T. ha vuelto y con él las fajitas. En todo el verano no las hice, no por dificultad, sino por un extraño sentimiento de lealtad agitado con nostalgia. Sólo queda una pegatina que le recuerde físicamente, aunque cada esquina le respire. Un día de estos va a reventar en eso de los ritmos, lo dicen sus ojos. Ya no habrá más camisetas, sólo merchan, porque lo artesanal deja de ser cuando se expande.

La Alameda ya no huele a bubaloo. El otoño llega lento y cojeando por el Muelle Heredia. Aquí las hojas no se caen, porque no son volanderas. Vuelve la alegría de ver calle Larios desnuda, sin adornos, luces o carteles. Málaga se mira a si misma, como en un espejo, cada vez que la paseo. Málaga me mira, como en un museo, cuando la paseo.

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