La influencia británica en España no está sólo marcada por las múltiples batallas de tiempos en los que ambos imperios pugnaban por la supremacía mundial. En lo que a la intelectualidad se refiere, las relaciones bilaterales entre España y Reino Unido comenzaron con la búsqueda del romanticismo los viajeros ingleses en el sur de la Península. Primero George Borrow en el siglo XIX y más tarde Gerald Brenan, entrando ya en el siglo XX, fueron los más influyentes de entre todos estos británicos que venían a España en busca de aventura, exotismo y una vida más barata.
España era un yermo intelectual a ojos de los británicos, “el hispanismo de los académicos sólo vino después de la hispanofilia de los viajeros por España”, aseguró Ignacio Peyró, director del Instituto Cervantes de Londres, en una ponencia sobre el hispanismo inglés en la que se apoyado en los dos escritores. Prueba de ello es que no fue hasta “bien entrado el siglo XIX” cuando se incluyeron los estudios españoles en la Universidad de Oxford y tuvieron que esperar hasta el XX para integrarse en otras universidades de Inglaterra como Cambridge, mientras que otros idiomas como el alemán o el francés entraron mucho antes en la academia.
Se puede antojar difícil pensar que la entrada del español en las altas esferas de la intelectualidad inglesa dependiese de estos viajeros, escritores y artistas a tenor del éxito actual del idioma no sólo en seno británico, sino a lo largo y ancho de la geografía mundial. Pero hubo un tiempo en que el español “era visto como un idioma minoritario al que no se le prestaba mucha atención más allá de El Quijote”, ha señalado Peyró.
Borrow debía haber sido gitano y nómada, pero el destino le quiso inglés
Ignacio Peyró, Director del Instituto Cervantes en Londres
De ahí, la importancia de George Borrow, “que debía haber sido gitano y nómada, pero el destino le quiso inglés”. Borrow, como más tarde Brenan, desarrolló tal cariño en el pueblo español que se ganó el apodo de ‘Jorgito el Inglés’ y tanto arraigó “su España de arrieros y venteros” que seguimos arrastrando muchos de esos clichés hoy por toda Europa.
Borrow, al que Peyró tacha de “fantasioso” y asegura que no puedes “fiarte de él” para hacer un estudio de la época, llegó a dominar hasta una veintena de idiomas, entre ellos el danés, el armenio o el gaélico. También contaba con cierto gusto por el engrandecimiento personal en su escritura y se dice que llegó a exclamar: “¡Obispo de Roma, ten cuidado!” durante su etapa en las misiones evangelizadoras, principal motivo de su viaje a España.
Además, tenía cierto afecto por los gitanos y por las clases populares. Tal era su estima que dejó escrito que llega a “encontrar mayor generosidad de sentimientos” en estos estratos sociales que en las clases altas. Por estas andanzas, “acabó en múltiples ocasiones con los huesos en la cárcel” y “riñió con todo el mundo”, incluso con el editor del libro que recoge sus viajes por España. Con más cariño lo trató Peyró que aseguró que hay “algo muy hermoso en las andanzas de un curioso impertinente del siglo XIX que quizá hoy no hubiera pasado de ser un hippie en Formentera”.
De ahí que el paso a Gerald Brenan durante la ponencia fuera ciertamente más armónico, quizá por encontrar este un lugar de descanso para sus restos a escasos metros del Rectorado que acogió la misma, en el Cementerio inglés de Málaga. No fue obra de la casualidad este hecho, relata Peyró, pues al final de su vida fue tan querido Brenan que, pese a su pobreza, “próceres y otros políticos pugnaron por acogerle en sus últimos días, con multitud de periodistas tomando nota de aquello”.
Cuando Gerald Brenan llegó a Granada sólo buscaba un lugar donde vivir fuese barato y pudiese pasar las tardes leyendo a Spinoza bajo la sombra de un naranjo
Ignacio Peyró
Más casual fue su llegada, pues sólo buscaba Brenan cuando tomó rumbo a Granada un lugar en el que vivir fuese barato y pudiese “pasar las tardes leyendo a Spinoza a la sombra de un naranjo”. Pronto se vio atrapado por el exotismo de una tierra “que contó como nadie”, ganándose el título de ‘Príncipe de los hispanistas’. También caló Brenan entre sus vecinos, tanto fue así que los vecinos de Alhaurín el Grande, donde pasó algunos de sus últimos momentos vitales, lo apodaron don Geraldo
Es su mirada honda la que lo encumbra a esta posición, “hay gente que cree en España que cuantas más veces se diga una cosa más cierta es” o “los españoles creen que nada de lo que pueda ocurrir fuera de España pude afectarles”, dejó escrito. Pese a ello, “hay en Brenan algo muy propio de la tradición culta británica, en ser un erudito fuera de la academia y un viajero romántico”, afirma Peyró. No es raro, sabido esto, que se hiciesen querer entre los españoles y respetar entre los ingleses, antes de abrir un camino de ida y vuelta entre la intelectualidad de ambos países. Aunque sólo buscasen un Níger más cercano
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